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La alegría en confinamiento, o no

Desde el día en el que nos encerramos/nos encerraron y empezamos a crear nuestra nueva realidad presente y futura, en la azotea de enfrente hay unas sábanas tendidas que nadie recoge. Mi teoría es que son las sábanas de unos chavales chinos que vivían enfrente de nuestro piso. Por las noches, antes de todo esto, los veíamos en su salón, mirando la tele, cenando, charlando. Fue encerrarnos y desaparecieron. Su salón ahora está siempre vacío y a oscuras. Javi dice que esas sábanas son el «símbolo de nuestra desgracia».

Si lo piensas bien tiene sentido. Son un símbolo. Hay un antes y un después de que esas sábanas llegaran ahí. Y podría empezar ahora a escribir otro post interminable de quejas, de protesta personal, de no crecimiento, pero hoy tengo ganas de fijarme en la alegría en el confinamiento. He pasado un fin de semana terrible, de agobio infinito, de mal humor, y hoy, lunes, he amanecido mejor, con menos ganas de matar, así que hay que aprovechar estos momentos.

¿Qué es la alegría en el confinamiento?

La alegría en confinamiento es hacer la compra online y poder hacerla. Sobre todo si vives en el infierno, en sitios como Madrid, en el meollo de la pandemia. Y si encima encuentras, yo que sé, gusanitos o gildas, es más alegría todavía. Se me sigue haciendo raro utilizar de forma normal la palabra «pandemia».

Alegría es llamar a casa y que mi madre me cuente su día, me hable de las personas que han pasado por su calle solitaria y me diga que está harta. Y hasta discutir con ella, porque sí, nosotras discutimos mucho, como tiene que ser en una relación madre-hija.

También cocinar algo nuevo y que me salga bien es alegre. Y que esté rico.

Escuchar un buen podcast con los auriculares mientras limpio es alegría. Que sí, que he limpiado más en estos cuarenta y pico días que en mi vida entera. O eso me parece a mí.

Alegría en casa es salir al balcón y que todo esté en silencio. A lo mejor creéis que esto no debería ser así, pero si pudiérais comprobar cómo puede ser este barrio cuando no hay silencio (como cuando el vecino toca la gaita, porque él lo vale), me creeríais cuando os digo que el silencio es la felicidad.

Alegría es encontrar un libro nuevo que me enganche. Que me haga pensar en querer seguir leyendo. Seguir leyendo y que siga siendo bueno.

También es alegría en el confinamiento cantar cada día una hora, con Javi a la guitarra, y de repente, redescubrir que los consejos que les doy a mis alumnas son plausibles («canta todos los días, notarás cómo mejoras»).

Un día, confinadísimos ya, decidimos comprar un mini estudio de grabación casero, para dejar de enviar las canciones grabadas con el móvil a mi madre y grabarlas un poco más decentemente. Y notar que el sonido mejora de verdad es alegre. Oye, que no queremos grabar un disco ni nada de eso, pero qué bueno notar la diferencia gracias a la tecnología.

Alegría es un trozo de chocolate negro con almendras por la noche mientras veo una buena serie, de las que enganchan.

Charlar con mis tías es alegría. Contarnos las mismas cosas y hacernos las mismas preguntas. Y vernos las caras sin peinar.

Mirar fotos de viajes antiguos, para elegir una al día y subirla a instagram es alegría. No para enseñarlas a los demás, más bien para verlas, para recordar que estuvimos allí y que tal vez algún día podremos volver.

Niágara

Cataratas del Niágara – 2016

Alegría es no saber mucho de curvas, enterarte de las cosas cuando tú quieres sin bombardeo mediático, elegir bien qué medios lees y cuales no verás jamás. Seleccionar los twitteros que te hacen gracia y dejar el ruido aparte.

Charlar con MKey. Si el día es regular o malo, no falla, nos hacemos una vídeollamada y todo cambia de color. Aunque esto ya nos lleva pasando años, no necesitábamos encerrarnos para saberlo, pero en el encierro se repite.

Alegría es tener ganas de escribir y escribir.

Un vermú de sábado, juntos en la terraza, viendo los mismos edificios y el ciprés gigante, qué remedio.

Recibir por sorpresa un email de esa alumna especial de sexto que se acuerda de ti, que se despide porque entiende que el curso no va a seguir adelante y sentir que algo se cierra de la forma debida.

Ese mensaje de whatsapp que te dice como subtexto «¡estoy aquí»! Sin cadenas de mensajes, bulos ni basura.

Las sábanas limpias con olor a suavizante. No sé por qué, estos días son más una alegría.

Las mariposas de metal de colores que he colgado con hilos en el balcón y se mueven con el viento.

mariposaEl pelo recien lavado. El nuevo gel con olor a fresas.

Que la migraña vaya desapareciendo.

Poder dormir sin pesadillas algunas noches.

Que estéis todos bien.

Me gustaría que…

Sería alegre y muy de agradecer no tener que volver a escuchar o leer que estamos creciendo como personas porque estamos encerrados y que vamos a salir de esto siendo mejores. Quiero decir, creo que yo ya sabía apreciar una buena terraza y una cervecita al sol, era capaz de saber que pasear por la Dehesa de la Villa es bonito y hasta entendía que montarme en un avión y conocer lugares lejanos es maravilloso. Palabra que no necesitaba una pandemia mundial para aprender nada de esto. Seguro que vosotros también lo sabíais.

Como siempre, me despido pidiendo algo importante: “ki o tsukete kudasai!” (気をつけてください!) – cuidaos mucho, por favor.

 

 

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