Eran las 4 de la mañana del sábado cuando salté de la cama y, de pie, le pregunté a la nada a oscuras que cómo era posible.
—¿Todavía sigue el tío? ¿No se piensa callar? ¿Pero qué le pasa a la gente?— Con el pijama puesto y la cara de llevar intentando dormir desde las 00:00 salí al pasillo. Javi, que también estaba despierto, me miraba con asombro.
Me calcé las botas que tengo en la entrada, cogí el primer abrigo que pillé y me lo puse encima del pijama. Estaba dispuesta a abrir la puerta cuando Javi me paró y me preguntó que dónde iba.
—A hablar con el vecino, no puede ser que se pase la noche en su balcón gritando, de cháchara, la gente tiene que dormir.
—Pues ponte la mascarilla— me contestó.
Mi encuentro con el vecino del tercero
Me puse la mascarilla (gracias, amiga MKey, por el regalazo) y con mi pijama, mis malos pelos, mi cara de sueño, mi migraña, mis botas y el abrigo empecé a bajar escaleras.
Llamé al timbre y me alejé todo lo que pude de la puerta.
—¿Quién es?— dijo el vecino con un ojo en la mirilla.
—Soy tu vecina.
Abrió la puerta. Su cara era un poema. La mía no se veía mucho por la mascarilla. No tenía pensado qué decir, pero me salió un discurso muy calmado, he de reconocerlo. Qué educada puedo llegar a ser.
—Hola. Soy tu vecina del 4º. Vengo a contarte algo que creo que no sabes— me miraba muy callado con los ojos rojos. Nótese que estaba haciendo una videollamada con sus colegas, en el balcón, como de botellón con ellos cada uno en su casa, estaban comunicándose o algo así a grito pelao, un poco alegrillo diría yo.
—Verás, es que, no sé si lo sabes, pero todas las ventanas que hay justo a la izquierda de tu balcón son dormitorios. Así que, resulta que cada palabra que dices la escuchamos, todos te escuchamos, y entiendo que estamos viviendo unos días raros, que todos necesitamos socializar y esas cosas, pero tío, son las 4 de la mañana— lo de «tío» es porque soy una tía enrollada y el vecino es treintañero.
—Vaya…Perdón, no me había dado cuenta— puso cara de preocupación infinita. No verás, si le voy a acabar pidiendo perdón yo, pensé.
—Es que mira, no iba a bajar ni a decirte nada, pero es que tengo migraña, y anoche también te escuchábamos y vale, oye, pues un día, se entiende… Pero es que es muy tarde…me duele la cabeza como te digo, no podemos dormir, y de verdad, ya no he podido más.
—Vale, vale, perdona, me meto para dentro. Tenías que habermelo dicho antes— claro, claro, la culpa es mía por tardar tanto en decir las cosas, ya me vale.
—Vale. Ahora, asómate al balcón cuando entres y mira las ventanas, verás lo que te digo, todas son ventanas de dormitorios. Hasta luego.
—Hasta luego. Perdona.
Veamos. ¿Qué clase de empanamiento tiene que tener alguien para estar desde las 9 de la noche hasta las 4 de la mañana delante del ordenador bebiendo con los colegas a grito pelao en un balcón de un bloque de pisos que está en una calle llena de bloques de pisos? No os imagináis cómo se le escuchaba en el silencio absoluto de la noche. Que es que oía sus risas y también sus absurdeces y las de todos sus colegas, porque claro, no se puso auriculares para la vídeollamada. Hubo un rato en el que estuvieron hasta cantando. ¿De verdad tiene que bajar una vecina a decirte que estás haciendo algo mal? ¿De verdad puede ser que no te enteres tú solo de que haces algo raro? ¿De verdad, en el supuesto caso de que te des cuenta, te importa entre cero y nada cómo afecta lo que haces a los demás?
Vivimos en colmenas
Una cosa que me llamó la atención es que, cuando me asomé a mirar por la ventana del dormitorio, vi que había un montón de luces de vecinos encendidas a esas horas. Estos días, me asomo por las noches a la ventana cuando me levanto a algo y siempre hay luces encendidas a horas intempestivas. Y he leído en redes, ese hilo conductor con el mundo estos días, que la gente ahora se acuesta más tarde. El otro día había alguien preguntando a los demás que si ellos también se acostaban más tarde. Las respuestas eran parecidas a estas como: «A las 4, jeje, tardísimo», «yo me estoy acostando a las 3, jaja», «me empiezo a acostar a las 6 de la mañana y digo buenos días, juas». Muchas respuestas así. Todos graciosísimos, oye.
Bueno, vale, es vuestra vida. Es vuestro encierro. Son vuestras circunstancias. No voy a juzgaros, me da lo mismo, vosotros veréis. Pero por favor, humanos que no vivís solos en medio del campo, ¿os costaría mucho pensar en los que os rodean? Porque no, no todos nos dejamos llevar al 100% por la desidia y la locura. Bueno, a ver, por la locura un poco, puede que sí. Pero no todos nos queremos ir a la cama de madrugada, cuando amanece, y dormir todo el día y vivir de noche. Hay quien tiene que madrugar, hay quien tiene niños que deben llevar otro horario, hay quien tiene que trabajar en casa con la concentración bajo mínimos, que tiene reuniones online, y también están los que necesitan creer que la vida sigue y el mundo es un poco todavía como lo conocíamos. Si queréis acostaros tarde y dormir de día, me parece bien, pero por todos los dioses, mantened la compostura, no chilléis, no pongáis el subwoofer a tope y no os riáis a carcajadas como si estuviérais solos en el planeta viendo series de risa.
Por favor, no presumáis de pegaros «bailes con la música a todo trapo». Si queréis, hacedlo, bailad, claro que sí, pero poneos los auriculares, ese invento maravilloso que tiene ya casi un siglo de antiguedad. Imaginadlo, todos en casa, mayores, medianos y niños, cada uno con sus auriculares en casa bailando a la vez con la música tan alta como queráis ¿a que mola la idea? ¿Pues sabéis a quién le mola más esa idea? A vuestros vecinos.
Por favor, pensad en los que están cerca, los que están de mal humor, tristes, cansados, asustados, con sueño e insomnio, los que se encuentran mal (maldita migraña, acabaré contigo), los que quieren silencio, los que se sienten solos, los que solo le piden a la vida vivir un poco en paz, con tranquilidad, en sociedad, sintiendo el respeto mutuo.
No somos loros
«Todo va a salir bien», decían. Dicen. Mira eh, no me lo digáis más, dejad de repetir consignas como loros. O decidselo a aquellos que han perdido ya a alguien por esta enfermedad que «es poco más que una gripe». O decídselo a los enfermeros que cada día miran a los ojos al Coroni. O a esos que están ingresados pasándolo mal.
«Juntos podemos». Pues un poquito más de lo mismo ¿pero qué juntos ni que juntos? ¿Juntos significa cada uno en su casa pensando en uno mismo o qué?
Dicen que de este confinamiento saldremos con un montón de cosas aprendidas. Bien, aprender cosas nuevas siempre está bien, claro que sí. Voy a ir haciendo una lista de todo lo nuevo que he aprendido, voy a apuntar qué series nuevas he descubierto, qué libros he conseguido leer y disfrutar sin desconcentrarme y a apuntar todos los trucos que estoy aprendiendo para jugar a los Sims.