vulcan s blanca

En una Vulcan S, sensaciones de una copiloto

Mucho se ha hablado de las sensaciones de pilotos sobre motos, algo se sabe de lo que pasa por la mente de alguien cuando conduce una moto, la sensación de libertad, el disfrute, y un sinfín más de cosas que no soy yo la que debe explicar, ya que no conduzco. No, no conduzco una moto, pero sí que monto muy a menudo en la Vulcan S de mi chico, en nuestra moto.

Y hoy me apetecía hablar un poco de cómo se ve todo desde el asiento de atrás de la Vulcan S. O al menos, cómo lo veo yo.

vulcan s blanca

El copiloto de una moto tiene, entre otras sensaciones, la de responsabilidad. Creo que esto es algo común en todos los que acompañamos a un piloto. Porque no eres responsable de la conducción de forma directa, pero sí de forma indirecta. Un mal movimiento del “paquete” un mal apoyo de peso o un cambio brusco en su postura puede desequilibrar al piloto, desequilibrar la moto y hacer que todo termine muy mal. Así que la sensación de responsabilidad es la que prima sobre todas las demás cuando subo a nuestra Vulcan S.

Después de esta sensación está la de felicidad. Sí, tal cual. No una felicidad empalagosa tipo frases motivacionales cutres, sino momentánea, real, tangible, que se puede identificar de una forma muy sencilla. Con la emoción que provoca. La emoción de bienestar, sensación de gratitud con la vida y ganas de seguir rodando, de que todo siga.

La contemplación de la vida desde las dos ruedas es otra parte importante para mí a la hora de subir a la Vulcan S. Desde que hacemos rutas con la moto, solos o en grupo, he empezado a descubrir la Comunidad de Madrid y alrededores (todavía nos falta empezar a hacer rutas larguísimas, por ahora sí). Hemos pasado por pueblos que no sabía ni que existían, de esos de los que no te suenan su nombre, pueblos grandes y pequeños, pero todos con su encanto y su gente.

La gente con la que nos cruzamos también me hacen pensar mucho. Cuando pasamos por estos pueblos, o al montar en la ciudad, veo infinidad de personas desde mi posición privilegiada en la parte de atrás de la moto. Veo cómo charlan cuando caminan, cómo llevan prisa o van con calma por la calle, sobre todo en esos pueblos en los que reduces mucho la velocidad (malditos badenes de la entrada de los pueblos, por cierto). En estos pueblos me gusta ver la cara de los que observan la moto, con curiosidad, cómo miran a ver si ven quién está dentro del casco. Me gusta también imaginar sus vidas, inventarme donde van y de donde vienen. Dibujarles un pasado y un futuro.

Si vamos en grupo se une la sensación maravillosa de compartir la pasión con los demás, con gente con la que escoges estar y casi que disfrutas más viéndolos disfrutar.

Y sueño, en la moto también sueño, pero no me refiero a dormirme y soñar, que casi me ha pasado alguna vez por la sensación de calma que me provoca montar, sino a soñar despierta como solo el silencio que un casco da a tu alrededor puede dejarte hacerlo. Mis pensamientos son más claros, más evidentes, más sonoros.

Por último canto. Palabra, es verdad; a veces canto bajito, a veces a voz en grito. En verano esto me ha sido muy útil en tardes a 40 grados en las que, después de comer, hasta en la moto me asaltaba la modorra veraniega y me daban unas ganas de dormir sobre las dos ruedas que solo con canciones completas cantadas al viento podía controlar.

Casi siempre me reencuentro con sensaciones del pasado, cuando subía con mi padre en moto allá por los 90, mi padre, que ya no está y que no llegó a conocer nuestra moto. Lo echo de menos. A la vez redescubro muchas otras nuevas sensaciones, buceo en ellas, las saboreo.

Y siempre, siempre quiero repetir.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.