So Real Cheap & Chic Moschino: la colonia-perfume de la alegría

Hace unos días mi amiga Carmen de blogdelabruja estuvo en Madrid y, como cada vez que viene, buscamos la forma de compartir unas horas, de estar juntas. Esas horas luego pasan como minutos, el espacio-tiempo cuando nos juntamos colapsa y vuela y, de repente, nada más vernos tenemos que despedirnos. El último día que pudimos compartir una quedada descubrimos la que las dos hemos decidido llamar la colonia-perfume de la alegría. Es esta: So Real Cheap & Chic Moschino.

¿Y qué haces hablándonos de perfume, tal vez dirás? Pues verás, creo que estoy volviendo a los orígenes en modablogger, me apetece escribir sobre cosas así, que me gusten, que te puedan gustar, y que no sean nada profundas. Al menos a veces. Aunque este perfume en concreto sí que tiene su profundidad y su significado.

En uno de nuestros largos paseos por el centro de Madrid entramos en una perfumería. Nosotras somos así, vamos andando sin parar de hablar y, de vez en cuando, alguna de las dos señala una tienda y dice «¿entramos?», la otra siempre responde que sí. Es como si nos leyéramos la mente. En esta perfumería nos dedicamos a probar perfumes y fragancias varias. Fue entonces cuando le confesé a mi amiga que yo, desde que empezó la pandemia, no usaba perfume. Ella me preguntó por qué.

La razón, le dije, es que asocio los olores con las emociones de una forma increiblemente fuerte. Tengo, por ejemplo, varios aromas asociados con la niñez; recuerdo una colonia que tuve que dejar de usar porque me ponía triste por haberla utilizado en unos días tristes de instituto (no hay de qué preocuparse, cosas pasajeras de adolescentes y amores) y hasta tengo aromas asociados con paises. En Japón, por ejemplo, siempre uso Amor Amor de Cacharel, y si me cruzo con alguien por la calle que lo lleve ¡huele a Japón! Es una sensación maravillosa y terrible a la vez, porque esos olores me pueden transportar a momentos emocionales profundos en mitad de la calle, en una cafetería, en una tienda o en el metro, y hasta puede que se me coja un pellizco en el estómago. Por eso, cuando empezaron los días de encierro cerré todos mis botes de fragancias y me negué a ponerme ninguna. No quería que ninguna se asociase, años después, con los días de confinamiento, enfermedad y tristeza.

Mi amiga, que es muy sabia, dijo que lo que había que hacer era comprar una colonia nueva aquel mismo día. Porque estábamos siendo felices, muy felices. Nos la podríamos en aquel mismo momento y ya siempre quedaría asociada con el día feliz.

Y entonces, justo entonces, cogimos este bote tan precioso y pusimos unas gotas en un papel de muestras (¿esto tiene un nombre técnico?). Lo olimos y gritamos: «¡Pero qué bien hueleeeeee!». Huele a limpio, estuvimos las dos de acuerdo, y las notas de salida son dulces, pero no empalagosas. Cogimos un bote cada una (los más grandes de la tienda) y nos fuimos a la caja. Nos llevamos nuestras colonias de la felicidad y las abrimos en cuando nos sentamos en una cafetería a descansar.

Quería contaros la historia porque así queda aquí escrita y nunca se me olvidará, y porque no sé, tal vez busques un perfume feliz, para ti o para regalar y te estoy dando una idea. En muchas tiendas está a un precio estupendo y, madre mía, qué alegría da cuando te lo pones.

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