Mascarilla, gel, otra mascarilla por si la primera se estropea, otra por si la segunda se estropea, otra más, esta es un KN95 (espero que «de las buenas») para el metro. Ilusión, ganas y J. que me lleva en moto al punto de encuentro de mi primer día. La vuelta, al cole por ahora no, pero sí la vuelta al trabajo, el reencuentro con los compañeros, con los niños, en el mejor sitio del mundo para trabajar el ocio y tiempo libre en estos días raros: un parque.
Los pequeños van llegando, mascarilla puesta, ojos brillantes, ganas de jugar, un millón de preguntas. Y empiezan los ocho día de conciliación. Tres monitores, mis compañeros de oficina coordinando. Solazo, árboles, césped húmedo, el cielo azul sobre nuestras cabezas.
Hora y media de juegos, hora y media de deporte, hora y media de teatro. ¿Puede haber una combinación mejor para pasarlo bien y aprender? Tal vez no. La educación no formal a veces se olvida, en los medios estos días casi nadie habla de ella, pero sé que es tan importante como la que se realiza en las aulas, lo vivo cada día.
Con los pequeños hago muchos juegos de improvisación. Con los medianos un poco más de caña a textos que ellos crean y representan, a las historias que se inventan. Con los mayores metemos 20 minutos de charla al comienzo de cada sesión para hablar de libros, cine, música y «de la vida», porque hay confianza y nos apetece.
El último día representamos tres obras de teatro para los compañeros. Sí, hemos hecho teatro con mascarilla y hemos aprendido que la diferencia está en que hay que ser más expresivos con los ojos, y con el cuerpo y en que hay que hablar mucho más fuerte. Pero no pasa nada. Lo hemos conseguido.
¿Miedo? Tal vez un poco. No paro de escuchar que en Madrid estamos fatal, cada vez peor. Cuando J. puede me acerca y me recoge del trabajo, cuando no puede me calzo la KN95 bien ajustada y busco el vagón de metro con menos gente. Subo y bajo escaleras deprisa, queriendo volver a la calle, salir del metro.
Y después llega la ludoteca por las tardes. En mi cole favorito. Dos horas de juegos al salir de clase. Esta vez mis primeros niños, que míos míos no son pero como si lo fueran porque así lo siento, tiene cinco y seis años. Llevan todos mascarilla, el protocolo que hemos creado así lo marca. Ni una sola queja, solo pensar en el siguiente juego, solo pasarlo bien, solo intentar disfrutar sin acercarnos demasiado y sin tocarnos.
La segunda hora toca jugar con los peques de cuatro años. Ponemos música japonesa y bailamos, me doy cuenta de que se están aprendiendo la letra de Candy Candy (en japonés, ¡qué divertido!), lo pasan de miedo. Sí, llevamos mascarilla. Sí, también cantamos como si no hubiera un mañana.
Y ayer llegaron los mayores. Y fue exactamente igual. Mascarilla como complemento indispensable. Empezamos sentándonos en el suelo en círculo para ponernos al día. «¿A qué jugamos?», preguntan después, «a lo que queráis, lo vamos a decidir entre todos», contesto.
Me da la sensación de que ahora valoramos un poco más ciertas cosas. Cuando se acerca la hora de salir B. me pregunta que cuanto queda para irnos, miro el reloj y, antes de contestar, me dice: «da igual, vamos a disfrutar de estar en el colegio».
No sé qué nos depara el futuro, no sé cuánto durará esto, pero creo que lo estamos llevando bien y que lo estamos haciendo bien.
Ojalá estéis todos bien. “ki o tsukete kudasai!” (気をつけてください!) – cuidaos mucho, por favor.
Fotografías: Facebook Aula Joven