Era un viernes soleado de abril de 2021. Parecía un día normal, pero no lo fue. Aquella mañana, cuando me levanté, mi día empezó cruzando Madrid de punta a punta para tomar un tren que me llevase a casa, a Palma del Río, a mi pueblo. Tenía una cita con Sol de julio y sus lectores.
Sabía que me reencontraría con mis amigos, amigas, compañeros de distintas etapas de mi vida, familia, lectores, pero jamás imaginé que seríais tantos los que ibais a querer acompañarme y hasta qué punto podía llegar a descolocarme eso. Y ahora solo puedo daros las gracias.

Una semana antes me decía a mi misma que, con las circunstancias actuales, las medidas de aforo de la Feria del libro de Palma y el confinamiento, seríamos pocos. Me equivocaba, y qué alegría más grande no haber tenido razón.
La tarde empezó con mi amiga Ana Mari recogiéndome en la puerta de casa. La última vez que Ana Mari estuvo en mi puerta teníamos dieciséis y diecisiete años, y ella venía caminando desde el instituto a gritarme por el balcón que mis notas de Selectividad habían salido. Esta vez llegaba en coche. «Ahora somos mayores», le dije entre risas cuando la vi. Lo somos hace tiempo, lo sé, pero la consciencia en aquel momento fue muy fuerte.
Ana Belén Corredera y Elisa nos esperaban en la puerta del Espacio Joven de Palma. Hubo un momento para tomar un te, dar un último retoque a los preparativos y esperar a que llegase la hora.

La gente se acercaba hacia la puerta del evento, Sol de julio en mano. Llevaban mascarilla, pero vi que todos sonreían. Me acerqué a ellos y me recibieron con un montón de palabras de aliento, de felicitaciones, de preguntas, de fotos, y con cariño, mucho cariño.

Y hablando con todos los que estuvisteis allí mi mente se desbordó de recuerdos: días en el patio de «las monjas», subiendo y bajando al tobogán grande y al chico, carreras por los pasillos del instituto entre clase y clase, tardes de estudio en la facultad de derecho, mañanas en «el Tenis», charlas y audios en instagram, risas, momentos eternos con Azahares, instantes de amistad y familia preciosos. El corazón me latía muy deprisa y no pude parar de sonreír. Y fueron tantas las imágenes que me asaltaron que no logré llegar a separar unas de otras y todo fue una enorme maraña de sensaciones bonitas de esas que te recargan las pilas para meses.

Sobre el escenario analizamos Sol de julio, despacio, cada paso conducido de forma magistral por Elisa, y con Ana Belén cerca, presentando y apoyando; «quédate en el escenario, porfa», y no hubo que decirle nada más, allí permaneció, sonriente.
Después llegaron las firmas. Todos teníais preguntas sobre la novela y anécdotas sobre nuestra vida en común, comentamos también fragmentos y parte de la trama, y recibí todo vuestro cariño, ternura, un montón de amistad y muchas palabras bonitas. «No se puede estar mejor rodeada», pensé.
Y, poco a poco, nos fuimos despidiendo.
Volví a casa, mareada, con tanta energía acumulada que no podría decir si dormí o no. En mi mente veía ojos brillantes, recordaba frases sueltas y sentía muchas ganas de escribir, de seguir escribiendo, porque si así podemos volver a encontrarnos, a vernos, a hablar, es justo lo que quiero, y si de paso leéis lo que sea que venga tras Sol de julio y os distrae, os gusta y os hace pasar un buen rato, cualquier esfuerzo merecerá la pena.
Algunos no pudisteis venir, y os eché de menos, os echamos de menos, porque no pudo ser por los cierres provinciales, por vuestros trabajos, por la vida… Espero de corazón que para la siguiente podamos reunirnos todos y tomarnos unas copas tras la presentación, con calma, sin prisa por volver a casa, y ojalá que además de vernos los ojos brillar nos podamos ver también la sonrisa en los labios.
Gracias, gracias y gracias.
Por último: “ki o tsukete kudasai!” (気をつけてください!) – cuidaos mucho, por favor


















Imágenes: Juan Ruiz Cabrera, Abraham Muñoz y Ana Carranza.