Hace unos años una amiga me regaló un libro asegurándome que iba a cambiar mi vida. Mi amiga estaba emocionadísima, loca de contenta pensando que había encontrado la solución a todos los problemas de la vida con este libro. El libro del que hablo es El Secreto de Rhonda Byrne. Confieso que no pude leer más allá de la quinta página, y es que a mí todo lo que tenga que ver con magufos, alucinados, profetas, iluminados o gente con el secreto de la felicidad me toca las narices.
De hecho, pasó algo curioso, el día que leí ese trocito de El Secreto me pasaron algunas cosas no muy buenas, no recuerdo qué, y decidí contarle a mi amiga que yo creía que El Secreto no solo no daba buena suerte, sino que la daba mala. Oye ¿por qué no? ¡Es un argumento tan válido como el contrario! Ella se rió y dijo que eso era el colmo de El Secreto, nunca lo entendí bien.
«Secretizar» es lo que había que hacer. Secretizar consistía en visualizar lo que quieres que te pase como si ya te hubiera pasado. Me recordaba un poco a Paulo Coelho, a su «cuando quieres algo, todo el Universo conspira para que realices tu deseo». A Coelho sí que lo he leído mucho, y hasta os puedo contar sin vergüenza que compré una colección con todas sus obras y me divertía, pero ahora, muchos años después, ni Coelho, ni Rhonda Byrne ni Caballeros con la Armadura Oxidada (o Armadura brillante con Aladdin) me van a convencer de cosas no tangibles. Y mira que lo siento.
Pero es que si de verdad el Universo conspirara para que todo lo que queremos se cumpla, entonces la realidad es que el Universo no se entera de la mitad de las cosas y es un poco cabroncete, porque anda que no hay buena gente a la que las cosas le salen mal, gente que merece lo mejor y no lo tiene, proyectos brillantes que fracasan y deseos preciosos que nunca se cumplen. Universo, le diría yo, así no. Pero claro, el Universo no tiene la culpa de que Coelho lo considerara responsable de todo lo que no logramos.
Y no, no es suficiente con creer en algo para que se cumpla, ni nos basta con pensar que está pasando para que llegue, ni tan siquiera tener una «buena actitud» vale (por cierto, sobre lo que se considera una «buena actitud» ante algo podríamos hablar también largo y tendido) y esta entrada viene al hilo de que cada día me encuentro con más gente que no para de hablar de cómo lograr la felicidad, gente que tiene el secreto, que reparte recetas. Aseguran además que si tú no lo ves es porque estás ciego, y la última moda es lanzar consignas y, lo mejor de lo mejor, escribir libros o blogs varios para contar a todos cómo tiene que ser esto, cómo puedes guiarte para que todo te salga perfecto.
Cada uno que haga lo que quiera, eso por descontado, pero estaría bien recordar que El Secreto ya está escrito, y que además Rhonda se basó en las teorías de William Walker Atkinson, vamos, que ni era algo novedoso ni propio ya en aquel momento, a ver si así los pobres seguidores de estos magufillos de tres al cuarto abren los ojos e intentan ser felices de verdad cuando la vida les deje.
Ser feliz es algo muy subjetivo, es algo diferente para cada persona. Ser feliz de verdad para mí (sí, «para mí», nótese el matiz) es ser feliz a ratos, pasar buenos momentos, aceptar que hay que convivir con cosas asquerosamente horribles y no dejar que esto te hunda, cosas como la enfermedad de alguien a quien quieres mucho. Ser feliz para mí es aprovechar el día a día y buscar el lado bueno de las cosas, por supuesto, pero con los pies en el suelo. Sé que no he descubierto nada con esta entrada, de hecho no lo pretendo, pero son tantas las publicaciones que me he encontrado en las últimas semanas sobre lo estúpido que eres si no eres feliz al 100% que tenía que soltarlo, porque lo que no se suelta se enquista y hace mal.
Amiga mía, que agradezco el regalo, eh, es sólo que no me funciona 😛