Cuando era muy pequeña, creo que tendría cinco o seis años, mi madre me compró una cinta con cuentos leídos, es lo que hoy día se llama audiolibro, pero en plan retro. En esta cinta, entre otros, estaba el cuento de El patito feo. Lo recuerdo con total claridad, tanto es así que sé que en plena apoteosis del pobre patito saltaba la cara A y debía correr a darle la vuelta a la cinta y poner la cara B.
Y dirás ¿te acuerdas de lo que escuchabas a una edad tan temprana? Sí, rotundamente sí. ¿Por qué?, te preguntarás. Porque tenía música. Cuando el patito feo se quedaba solo porque era diferente a los demás y le daban de lado, sonaba un fragmento de El lago de los cisnes de Chaikovski y entonces, matemáticamente, yo empezaba a llorar y a soltar unas lágrimas como puños. Mi madre la primera vez me preguntó si prefería quitarlo. —¡NO! —grité yo—. Me gusta. Sigue leyendo