El club «no puedo vivir sin leer» ¿eres uno de los nuestros?

Anoche, mientras empezaba mi lectura diaria nocurna antes de irme a dormir, sucedió que mi Kindle Paperwhite (mi libro elecrónico de Amazon) se rompió. Cuando fui a pasar una página, no la pasó. Cuando intenté apagarlo, no se apagó. Cuando intenté resetearlo, nada, y el ordenador no lo reconocía. Se había quedado congelado en una página eterna, una página con la luz subiendo y bajando. Y yo me quedé congelada mirándolo y con un poco de ganas de llorar.

Y, efectivamente, se ha roto. Ya he llamado a Atención al cliente de Amazon, y como tiene menos de dos años inmediatamente me han enviado otro dispositivo (que dicen recibiré en 3/5 días). Ahora yo tengo que enviarles mi moribundo Kindle, en un plazo de 30 días, ya que no quieren estresarme más de lo que ya estaba.

Así que, además de descubrir que el Servicio de Atención al cliente de Amazon funciona muy bien, he recordado otra cosa con esta vivencia: Sin leer no puedo vivir. Formo parte del club, el club de «no puedo vivir sin leer».

leer

Me he dado cuenta de que no ha habido ninguna época en la vida en la que no haya leído. Sí que ha habido épocas en las que, por estudios, viajes, o momentos de estrés he tenido que bajar el ritmo bastante, pero siempre he tenido un libro empezado esperándome, y varios en la lista de «quiero leer».

Y echando la vista atrás recuerdo que a los 3 años empezó mi necesidad de leer. Me acuerdo de que en mi casa mi madre siempre leía muchos libros, desde que tengo uso de razón, y mi padre también leía, en su caso casi siempre eran cómics, y yo me veía a mí misma en las siestas, cuando no sabía leer, con dos años, preguntado a los dos todo el rato que qué leían y cosas como «¿qué pone aquí? ¿Y qué pone aquí?». Así que cuando llegué al cole a los 3 años, lo primero que hice fue aprender a leer. Por lo visto era «demasiado pronto», que era demasiado pequeña, pero no lo pudimos evitar, creo que fueron las ganas de formar parte del club, aunque todavía no lo sabía.

Hay anécdotas que se cuentan sobre uno y que uno siempre recuerda más por cómo lo cuentan que por haberlas vivido. Y una de ellas es la de esa fiesta de cumpleaños a la que fui con niñas de colegio, siendo muy pequeña, y en la que acabé en un rincón leyendo (feliz, ojo, que el rincón no suene a nada negativo) mientras los demás invitados se lo pasaban pipa jugando, comiedo tarta o bailando.

Me viene a la memoria también, aquellos días en los que con 8-9 años mi madre iba a casa de su amiga Angelines y me llevaba, y que allí había una habitación llena de libros que era un tesoro. Eran los libros de la hija de Angelines, María, y así mi madre y su amiga podían pasar la tarde charlando sin preocuparse de mí, porque yo leía y leía todos esos libros sin parar. Recuerdo que a veces me agobiaba porque quería leer dos a la vez y no sabía cuál elegir. Benditos agobios de la infancia.

Esto lo cuento mucho, porque me parece muy divertido. En la biblioteca de mi pueblo me tuvieron que dejar tres carnets cuando tenía 9-10 años. Para así llevarme tres libros de golpe y no tener que volver cada dos días. Iba con el carnet de mi madre, mi padre y el mío, y me llevaba los libros de tres en tres. Y era muy feliz. Fue la época de «Los cinco», «Los siete secretos» y compañía.

Ahora, con mi libro electrónico, leo y leo, y he aprendido a abandonar un libro si no me llena, porque hay tantos por leer que he superado ese momento de sentirte mal al abandonar una lectura, que muchos hemos vivido. El otro día mi amiga Vicky, durante una comida «zen» (que hacemos los miércoles, en otro momento hablaremos de los días «zen») me fue contando uno a uno todos los libros que había leído últimamente, y vi que era una persona más del club «no puedo vivir sin leer», y me encantó. Apunté muchos libros que me recomendó y yo le recomendé otros a ella. Y ¿qué queréis que os diga? así uno sabe que ese alguien con el que estás es alguien con el que siempre podrás hablar de algo interesante, cuando se acaben las rutinas del día a día.

Hoy hablaba con mi amiga Carmen sobre mi momento «no tengo libro para leer» y la ansiedad que me había creado. Y ella me ha entendido, y me ha dicho que así somos nosotras, que «necesitamos más los libros que comer». Y bueno, no será literal, pero sí es una buena forma de decir lo que nos pasa. Nos pasa que no podemos vivir sin leer, sin conocer esos mundos que probablemente de otra forma no conoceríamos, de vivir esas vidas que nos hacen olvidarnos de lo mundano, de pensar en posibles finales alternativos para todo y de llorar hasta que se nos empañen los ojos y no poder seguir con la lectura, o reírnos tan fuerte que el que esté a nuestro lado se asuste.

Ahora Carmen y yo también queremos escribir, y lo hacemos constantemente. A lo mejor algún día hasta nos atrevemos a escribir un libro, y a lo mejor hasta ese libro lo lee alguien que no seamos nosotras. Es gracioso imaginarlo. Por ahora es solo una idea, una ilusión. Escribir un libro hoy día puede hacerlo casi cualquiera, pero que resulte algo más que una simple unión de palabras, no. Eso lo sabemos bien los del club de «no puedo vivir sin leer». Por eso no es fácil decidirse a empezar.

Y en fin, que sólo quería explicar que es posible no poder vivir (feliz) sin poder leer, y que es algo que nos pasa a muchos. Mientras Amazon me tramita el nuevo libro he cargado en mi tablet el que empecé anoche. Así mi calma ha vuelto. Así puedo seguir adelante. Así puedo irme de la realidad cuando quiera.

Y tú ¿formas parte de nuestro club? Cuéntame.

1 comentario en “El club «no puedo vivir sin leer» ¿eres uno de los nuestros?

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